lunes, 26 de abril de 2010

Los lobos hablan

Me desperté sola en una gran habitación diáfana. Me noté algo floja, tanteé mi cuerpo. Todo parecía estar en órden, sólo estaba algo aturdida, despistada... ¿Dónde estaba?.
Parecía una gran cabaña. Antigua, muy antigua, las grandes vigas de las paredes estaban algo raídas y había telas de araña y aquí y allá. Parecía llevar mucho tiempo sin estar habitada.
Intenté levantarme, pero preferí ponerme antes de rodillas, no quería jugar con la suerte y acabar de nuevo en el suelo por un mareo inesperado. No recordaba nada. No sabía cómo había llegado a aquel lugar ni cuanto tiempo había estado allí.
Pasaron al menos un par de horas hasta que conseguí levantarme y dar una vuelta por el lugar.
Había una pequeña mesa frente a un sillón de piel viejo que tenía una pinta a la par cómoda y mugrienta.
Intenté levantar las persianas un poco más de lo que ya lo estaban, quería luz, luz de verdad, no esa tímida luminosidad de mañana muy temprana o tarde muy adelantada que se colaba por esas pequeñas rendijas de las ventanas. Pero parecían no bajar.
Abrí las ventanas e intenté bajarlas con las manos cuando escuché unos sonridos secos a mi espalda. Era como si algo estuviera arañando la madera de aquella cabaña. Seguramente serían ratones. No me daban miedo los ratones, pero prefería ver qué era, por si fuese un animal más grande que pudiera morderme y contagiarme algo.
Intenté enfocar cada rincón de la cabaña, al menos a grosso modo, pero en un primer momento no conseguí ver nada. Cuando fui a girar la cabeza noté como una gran sombra pasaba de un lado a otro de la pared que tenía justo en frente.
Me quedé pegada a la ventana, como si me hubieran puesto pegamento en la espalda y se hubiera secado antes de tiempo. Sentía que el miedo me paralizaba. No saber era algo que me producía mucha inquietud.
Respiré hondo y me separé de la ventana, me dirigí hacia el centro de la sala. Desde allí controlaría de la misma manera cada punto lejano de la cabaña.
Las sombras se multiplicaron. Eran como cinco o seis grandes bultos oscuros que se movían acompasadamente por la habitación, como en un baile de máscaras, con paso lento, casi era algo musical. Danza.
Un rayo de luz incidió claramente sobre uno de los bultos a medida que se movía y, durante un segundo, pude ver unos dientes afilados que sujetaban una lengua rosa y descolgada.
Lobos.
Eran lobos.
Lobos enormes y desconocidos ¿Cómo habían conseguido entrar si yo no había conseguido salir?
Eran lobos grises, de un gris muy oscuro, eran lobos que despedían humo por su pelaje, pero no era el clásico vaho del calor... no... era como si ellos mismos estuviesen ardiendo.
Una vez descubiertos cesó el baile.
Empezaron a acercarse a mí sin ninguna prisa, arrugando el hocico y enseñando unos dientes crudos y unas encías negras. Pero eso, eso ni siquiera me inquietaba. Lo realmente preocupante era el sonido... no emitían ningún sonido.
Parecían no respirar siquiera.
No había ladridos.
No gruñían.
No aullaban.
Pero se movían.
Entonces y como si estuvieran puestos colgados de hilos invisibles, vi aparecer unos rectángulos sobre cada uno de ellos, como si fuesen bocadillos de comic con palabras totalmente ininteligibles. Si era un idioma, yo no lo conocía.
Cada vez que uno de esos cuadrados desaparecía, alguno de los lobos daba un paso más hacia mí. Pero, a la vez, cada nuevo cuadrado blanco tenía una colocación de letras nueva y empezaba a poder ver palabras más o menos conocidas.
Ya... eran pocos los centímetros que me separaban de todas aquellas bestias silenciosas cuando pude ver claramente escrito un mensaje.

"Grita y todo esto desaparecerá"

Intenté gritar. Pero el sonido se ahogó en mi garganta.
El primer lobo se tiró contra mí. Y fue así, literalmente, se tiró contra mí. No fue a morderme. Me golpeó como hacen las cabras entre ellas. Me golpeó con la cabeza y el hocico en el muslo derecho.

"Grita y serás libre"

Lo intenté con tanta fuerza que hasta me dolió. Un leve silbido nació directamente de mis pulmones y salió a mi boca en forma de algo que no podía llamarse ni sollozo.
El segundo lobo se tiró contra mi estómago. Casi me doblega.

"¿Es que no puedes gritar?"

Esta vez, intenté respirar hondo y concentrarme. Esta vez tenía que conseguirlo. ¿Por qué me permitía creer que si gritaba todo eso desaparecería? ¿Cómo podía ser tan ingenua? Bueno... ¿Acaso podía hacer otra cosa?
Grité.
Creí que gritaba.
Un apagado "ahhhhh" me acarició los labios suavemente. Demasiado suavemente como para considerarse un grito.
Otro lobo se tiró contra mí, esta vez, contra mi pierna izquierda. Me dolía todo de tal manera que me quedé arrodillada frente al cuarto lobo. No sólo no había aullidos que oir si no que no había aliento que oler. Si no fuera porque les veía no podría asegurar que estuvieran vivos.

"Grita"

Rompí a llorar.
El cuarto lobo se tiró contra mi cara y me rompió la nariz.

"Adiós"

martes, 13 de abril de 2010

Confianza

Aquel día habíamos quedado, como ya era costumbre, para ir a dar un paseo por el parque del centro (sí, el del lago).
Llegué a tu casa a eso de las seis y media de la tarde pensando que ya habrías llegado y estarías merendando o tomándote un café.
Cuando llegué, abrí con la llave que tú mismo me diste, alegando que, ya iba siendo hora, de empezar a tener confianza el uno en el otro.
La casa estaba vacía. Oscura. Atravesé el salón y fui abriendo ventanas y levantando persianas allí donde iba para dejar que la luz del sol iluminase aquel sitio tan gris y tan triste. No te vi. No me preocupé porque conozco tu sentido desinteresado y despreocupado de vivir, así que, para esperarte, me fui a la cocina a prepararme un pequeño tentempié.
El tiempo iba pasando y tú seguías sin aparecer... pensé que quizá aun estarías en el trabajo y me dispuse a ir a buscarte y darte una sorpresa.
Cuando me marchaba tropecé con algo. Miré hacia el suelo y vi un gran bulto negro. Cuando giraste la cabeza me sobresalté.

- ¿Qué haces ahí? -
- Esperaba que no me vieras... -
- ¿Por qué? -

Ante mi pregunta tu rostro cambió. Empezó a retorcerse y arrugarse como lo hace el morro de un lobo enfadado.

- ¿Qué te piensas eh? Eres como todas ¡Todas! Todas os pensáis que tengo que estar siempre ahí para cuando os dé la gana ¡Pues no! Estoy más que harto de... -
- Basta. Me voy -
- ¿Qué? No... espera... -

Mientras intentabas sujetarme por el brazo cogí mis cosas y me dirigí hacia la puerta. Tuve que pegar un par de tirones para soltarme de ti. Cuando ya estaba casi en la puerta, tu tirón fue más fuerte, tan fuerte que me diste la vuelta por completo.

- ¿Dónde vas? -
- ¿Cómo que donde voy? ¿Te crees que me voy a quedar aquí escuchando como me gritas? Te recuerdo, que hoy habíamos quedado. Tú me pediste que viniera. Si tan hecho mierda estabas, no habérmelo dicho, o haberme avisado. Me estás haciendo sentir una acosadora y yo... yo no voy detrás de nadie -
- Espera -
- ¿Qué narices quieres? -
- Lo siento -
- Me da igual que lo sientas, me voy -

Salí del portal y me confundí entre la gente, todo estaba lleno de personas que subían y bajaba por la inmensa avenida a toda velocidad. Volviste a cogerme, pero me solté y seguí bajando y bajando hacia el parque.
De vez en cuando me giraba para ver si habías vuelto a salir, en el fondo no deseaba otra cosa que consiguieras pararme, arregláramos todo y pudiéramos volver a casa a ver cualquier programa basura y echar la tarde abrazados en el sofá. Pero no podía consentir algo así, no podía consentir que me gritaras cuando te viniera en gana. No tenías derecho.
Me giré una última vez antes de llegar al cruce, pero no estabas.
No estabas allí, estabas justo en frente de mí.

- Venga, tonta... no te enfades... vámonos a casa -
- No -

Ese "no" salió de lo más profundo de mi alma.
Ese "no" fue la respuesta a una nueva faceta tuya que, ahora ya, es demasiado tarde para olvidar.
Ya no eras ese gran perro protector que siempre me acompañaba, no eras ese gran lobo estepario aullando a la luna... no... eras una especie de felino tramando algo. Tu cara era ahora más ancha y más chata, enseñando unos colmillos afilados y un arrullo ronroneante y dulzón que nada entendía de sentimientos nobles.

- No voy a casa contigo, tú quieres que vayamos y matarme allí -

Apoyé la mano en tu pecho para ver si tu corazón se aceleraba ante tamaña declaración, pero no fue así, sonreíste y dijiste:

"vaya tontería"

Y una chispita carmín te brilló en los ojos.
La mecha acababa de encenderse y yo me marché justo antes de que explotaras.