miércoles, 2 de marzo de 2011

Sensación entre pieles

Me desperté aquella mañana presa de una especie de entumecimiento. Sabía donde estaba, pero no podía encontrarme en aquella mañana maldita, en aquella cama familiar, pero incómoda.
Él estaba allí conmigo, como siempre últimamente, apurando los últimos rastros de sueño y preparándose para un nuevo día de rutina.
Recuerdo vagamente cuando le conocí. Aunque ahora me pasaba la vida a su lado, nada en él era demasiado impactante, nada era un recuerdo grabado a fuego en la memoria. Fue algo absurdo, como encontrarte a alguien en el metro y por pura casualidad ver su nombre grabado en su maleta.
Si no volviese a verle no me movería ni un sólo pelo.
Me giré, le miré a la cara, y de repente me di asco. Él me dio asco. Todo aquello me pareció horrible.
Él es un hombre de mediana edad con el pelo ya cano. Yo no cuento más de veintipocos años.
Su cuerpo marchito, que retiene más de lo que tiene, su piel que empieza a arrugarse y sus ojos que ya no brillan como antes me dan escalofríos. Y no de los buenos.
Abrió los ojos y vio que le estaba mirando, más que mirarle le analizaba. Se escurrió lentamente hasta ponerse detrás de mí y me abrazó con suma dulzura.
No era desagradable.
Ese era el problema.
Estaba comerciando con la sensación que me producía tener un cuerpo caliente y que respiraba a mi lado cada noche, pero cuando le sentía en mi espalda pensaba en cualquiera menos en él. No era capaz de mirarle a la cara y seguir ahí.
Su voz era anónima, podría ser de cualquiera, de cualquier muchacho que acabase de salir de la pubertad o de cualquier joven emprendedor.
Mi mente vagaba aquí y allá buscando alguien a quien darle ese momento y que no fuese él.
Pero sabe más el diablo por viejo que por diablo.
No hicieron falta más de treinta segundos para que se apartase de mí sintiéndose repudiado.
A él tampoco le gustaba esto. Yo podría ser su hija. La hija que nunca tuvo, pero su hija al fin y al cabo.
No sé cuántas veces nos sentimos así y cuántas veces nos dio igual, pero esa mañana.... esa mañana fue el punto y final de una historia que nunca debió comenzar.
Aun así siento haberme comportado de esa forma. Olvidando que tuvo un nombre y una fecha y un rostro definido. Ya sólo recuerdo el calor de su cuerpo en mi espalda. El calor anónimo, indiferenciado, la vida de cualquier ser vivo.
No queda más de él en mi memoria.
Un vago recuerdo.
Como todos somos cuando alguien necesita más una sensación que a una persona.