martes, 19 de enero de 2010

Había cambiado

Discutían. Él ni siquiera entendía por qué estaba pasando todo aquello, simplemente chillaba chorradas sin sentido para no quedarse atrás.
Mientras se gritaban iban andando por la calle, ella hacia adelante, él retrocediendo, así hasta que entraron en una tienda de comestibles a la que habían decidido ir en un principio, aunque ahora no recordaban el motivo.
Él echó un vistazo por la tienda buscando algo con lo que huir de aquel lio y distraerse. Su mirada fue a parar al enorme congelador del final del pasillo. Vio que estaba parcialmente vacío, de hecho, vio que cabría perfectamente una persona así que, ante la mirada extrañada de todos en la tienda y de ella en particular, se dirigió al congelador, lo abrió y se metió dentro.
Hacía frío, mucho frío, pero dentro se estaba a gusto, había silencio, un silencio cruel que le presionaba los tímpanos, pero aun así estaba en paz, todo estaba en calma, todo como él había imaginado.
En un espasmo involuntario giró la cabeza hacia la derecha y, entonces, pudo comprobar que no estaba solo. A su lado había una chica, una preciosa chica rubia con el pelo ondeando como si en lugar de estar en un congelador estuviera en una gran piscina. Incluso él se sintió más ligero.
Pensó en si la conocía de algo, sí, ya la había visto mucho antes. De hecho, la había visto muchas veces antes.
Era Ana, una chica de su instituto, una de esas chicas a las que no puedes evitar mirar, pero que como no van llamando la atención no te atreves a molestar. Ella iba siempre de arriba para abajo manteniendo una amable charla con alguien, regalando su sonrisa al mundo y con sus libros acompañándola bajo el brazo. Como si no se diera cuenta de que el resto del mundo existía, aunque el mundo se daba cuenta de que sí existía ella.
Se miraron, ella le sonrió como si le conociese, le sonrió como si le gustase y él se ruborizó a pesar de los grados bajo cero. Él, que ya presumía de estar de vuelta de todo con el tema de las chicas, se puso rojo como un tomate, agachó la mirada como un niño pillado en una travesura.
Lentamente y, como si flotase, ella se acercó a él. No dijo una sola palabra, simplemente se fue acercando hasta que estuvo a unos centímetros de sus labios.
Entonces le besó.
Le besó fría y dulcemente, tan dulcemente que casi supo a vida, casi pudo calentarle hasta los dedos de los pies. Casi pudo subirle al cielo y sacarle de aquel maldito congelador sin tener que hacer parada en el mundo real.
Pero entonces algo pasó. Algo le “despertó” de todo aquello.
Un balón le había golpeado la cabeza... ¿De dónde había salido un balón para llegar dentro de aquel congelador de la tienda?
En cuanto abrió los ojos tuvo la respuesta, realmente no estaba allí.
Estaba en esa maldita fiesta universitaria a la que había ido unas cuantas horas antes y en las que había consumido a saber qué de a saber quién. Ahora no le extrañaba haber tenido alucinaciones, a saber qué narices había tomado.
La que sí estaba allí era ella. La del instituto. Estaba allí casi desnuda moviéndose al compás sobre él. Lloraba. Lloraba como si no quisiera hacerlo y estuviera obligada, pero él no podía estar obligándola, ni siquiera podía levantar los brazos del suelo de la cogorza que llevaba. Se sentía incluso extrañado de que pudiera estar erecto como para que ella siguiera allí arriba.
Ya no era la chica dulce que conoció.
Ya no era la sirena del congelador.
En algún momento todo cambió y no supo si fue él, si fue el alcohol, si alguien realmente la estaba obligando, pero no le importó demasiado.

Quítate de encima -
¿Por qué? Estoy haciendo algo mal... Es eso ¿No? -
¡No! Lloras... por qué... -
¿Cómo te atreves a preguntarme por qué? Me cogen entre todos tus queridos amigos y me obligan a toda esta MIERDA sólo porque dicen que estás loco por mí y que yo DEBERÍA hacerte un regalito por tu cumpleaños ¿Y ahora me preguntas por qué? -

Era todo peor de lo que se imaginaba. No era ella quien había cambiado. Era él.
En ese momento se dio cuenta de que esto no era cosa de la fiesta ni de las drogas, él había cambiado hacía mucho tiempo, él había elegido esos amigos detestables, él había decidido ir a una fiesta como esa y había decidido hacer el imbécil. Él.
Pidió perdón, se levantó y se fue como pudo. Ahora no tenía tiempo ni postura para poder ponerse a remendar su vida, pero lo haría, vaya que sí.
Mientras se marchaba de la fiesta en la que nadie entendió qué le pasaba no hacía otra cosa que preguntarse ¿Con quién estaba discutiendo antes de llegar a esa tienda? ¿Quién me estaba despertando de verdad de este SUEÑO?
¿Eras tú?

jueves, 7 de enero de 2010

Criaturas en el estanque

Era una tarde primaveral. Empezaba a llegar un atardecer tímidamente anaranjado.
Allí nos habíamos reunido buena parte del grupo, estaban Carla, Álvaro, la Muñeca Rubia, el Pelirrojo... un poco de todo. Las vacaciones de primavear tenían una capacidad especial de unir a los más dispares personajes por cercanía geográfica.
Nos sentamos en un banco del parque frente al gran estanque. El sol caíca casi encima del agua como una enorme bola de fuego. Daba un calor tibio y estaba perdiendo la capacidad de deslumbrar. Una suave brisa pasaba acompañándonos en silencio. No hablábamos, disfrutábamos del momento sabiendo que no habría nada mejor que aquel silencio lleno de tibia paz.
En el estanque había peces y patos. Los habían traído hace poco, cuando las temperaturas invernales se habían ido permitiendo de nuevo una vida algo delicada.
Me concentré en el vaivén del agua, tan lento y relajante, cuando vi que aparecía una sombra extrañamente grande.
Muy grande.
Eran peces de tamaño industrial.
En aquel estanque en medio del parque siempre había habido pequeños pececitos rojos que tal vez crecían un poco a lo largo del año hasta la llegada del frío, pero esta vez eran descomunales.
Miré a mis compañeros y en las caras de algunos se reflejaba la misma sorpresa que en la mía, otros seguían distraidos mirando al cielo, escuchando música, viendo crecer la hierba...
Pero lo que vimos a continuación no pudimos obviarlo ninguno.
Unas manchas de color cálido y de tamaño bestial estaban pasando casi por la superficie del agua. Cuando pasaron cerca pudimos darnos cuenta de que eran unos seres con forma de huso a rayas naranjas y amarillas. No eran líneas irregulares eran como... como anillos a lo largo de todo su cuerpo.
Una de aquellas criaturas sacó la cabeza por encima del agua. Tenía el hocico afilado como un mapache y parecía tener un pelaje impermeable pero mullido. No parecía amenazante pese a su excepcionalidad y tamaño, pero seguía siendo un "animal" desconocido.
No podíamos dejar de mirar.
Uno de esos seres saltó del agua haciendo una pirueta, se enroscó sobre sí mismo y se quedó girando en el aire como si no existiera la gravedad.
Tapó el sol.
Todos nos quedamos boquiabiertos en la sombra que daba aquel inmenso círculo peludo que se había convertido en una gran bola de peluche naranja.
Mientras todos miraban yo bajé la vista hasta que mis ojos se toparon con los de otras tres criaturas que habían sacado su hocico sobre la orilla y se disponían a salir del estanque y venir hacia nosotros.
Cogí a la persona que tenía más cerca y le zarandeé con todas mis fuerzas para reclamar su atención, aun cuando lo conseguí todos seguíamos estando petrificados.
Aunque esos animales tenían pinta de ser unos enormes mapaches (por poner un análogo conocido) no andaban sobre patas... ellos... reptaban como serpientes, pero, a la vez, parecía como si no llegaran a tocar el suelo, tenían un movimiento rápido y fluído sobre la hierba.
Nos levantamos del banco por inercia y nos dispusimos a correr por pura supervivencia cuando, para nuestra sorpresa, otras manchas blancas y pardas empezaban a corretear por debajo del agua como lo habían hecho las otras antes.
Estas no gastaron tantos preámbulos en salir del agua.
Eran algo parecido a perros de presa.
Eran blancos, con manchas blancas o grises, tenían un cuerpo parecido al de un staffordshire terrier, anchos y no demasiado altos de cruzada, pero estos eran muy, muy anchos, casi parecían mesas. Su hocico era más parecido al de un bull terrier, pero como el resto de su cuerpo estaba dado de sí en lo que a anchura se refería, tanto, que ese hocico hecho de pelo corto parecía casi un pico de pato.
Eso sí, sus dientes eran de un cánido, sin ninguna duda.
Los vi mientras nos gruñían.
Ahora sí que salimos corriendo, corriendo como si hubiéramos visto un fantasma, a toda velocidad por el parque que (¿Cuándo había ocurrido?) estaba completamente vacío.
Siempre fui una gran corredora y me puse con facilidad en la primera posición y, cuando estaba ya a medio camino de salir de aquel maldito parque, me giré mientras corría para ver cómo les estaba yendo a mis compañeros.
Vi como muchos caían al suelo, les vi forcejear con los perros cuando les tenían encima, pero hubo algo curioso que me relajó en parte, sólo en parte. Los perros no tiraban a morder, no, en su lugar abusaban de su anchura y su fuerte musculatura para tumbar a sus oponentes en placajes de rugby.
No tenía tiempo para preocuparme por nadie, si bajaba la marcha iba a perder una ventaja preciosa y tenía que preocuparme por mi propia integridad física.
Salí del parque y la primavera se quedó con él.
Me vi en una calle de ciudad, alumbrada por pálidas farolas, hacia un frío terrible, era de noche y estaba empezando a nevar. La garganta estaba sufriendo y me lo hacía saber en forma de molestias, que luego pasó a ser claro dolor.
Me giré, estaba sola, no había nadie, salvo uno de esos perros siguiéndome desde lejos, nada le afectaba, parecía un todoterreno con el depósito lleno.
Yo, poco a poco, fui perdiendo mi capacidad física y mi aguante y descendí el ritmo. Podía oír sus jadeos cada vez más cerca, ya casi pegados a mis piernas.
Entonces noté el golpe. Un golpe duro y seco, como si me hubieran pegado con un saco de boxeo.
Se me doblaron las piernas y caí al suelo.
La cabeza me daba vueltas y los ojos se me cerraban contra mi voluntad. Mi respiración entrecortada no podía mantener mi cerebro despierto. Empecé a notar que iba a perder la consciencia.
El perro y todo su peso se apoyaron en mi pecho, se me subió, literalmente, encima, con esas patas fuertes y robustas.

- Tu has tenido una perra -

¿Me estaba hablando? Por Dios, si era un maldito perro.

- Sí -

Tampoco sé qué demonios hacía yo contestándole.

- Bien, ahora dime ¿Es verdad que se ha acostado con otros? -

"¿Qué demonios....?"

sábado, 2 de enero de 2010

Premio amante literario


Voy a salirme de mi rutina de textos de sueños para abrir este 2010 con un premio que me ha otorgado Sand desde su blog Palabra de azahar.
Quiero darte las gracias no sólo por este premio, sino por haberme permitido leer poco a poco tu alma en líneas. Tus textos más emocionales, más personales, así como los más imaginativos. Hemos ido creando en El Rincón una gran familia.

Las condiciones del premio son:

-Mostrar la imagen del premio.
-Agradecerlo a quien lo ha concedido.
-Explicar por qué amas tanto leer.
-Conceder el premio a otros blogs.

¿Por qué me gusta leer? Para mí la lectura no es algo que pueda gustarme o no, ya es parte de mi vida y parte de quien soy, así que ¿Cómo no va a gustarme un rasgo de lo que yo misma he creado? Leer es vivir. Leer es sentir por medio de las palabras, es vivir otras vidas y viajar a otros mundos, es seguir alimentando la imaginación, es salir de la realidad, es desvincularte de todo y volar en cualquier parte.
Para mí no existe un mundo sin literatura y, aunque igual suena algo dogmático, creo que debería ser así para todo el mundo.

Ahora me toca otorgar premios.

El primero es para mi chica pelirroja La gata sobre el teclado es un blog que recomiendo encarecidamente. Ella y sus textos son algo especial y maravilloso. Un lenguaje rico y además una imaginación desbordante.

El siguiente se lo voy a dar a una de las personas que siempre me animó a no perder mi afán por la lectura: Tania, es la voz de la experiencia y, sin duda, su blog Historias del mundo virtual me encantó y me gustaría premiarlo y enseñarlo a todos.

Con el siguiente blog voy a salirme un poco de lo que es blogspot, le doy mi premio a Óscar, el espíritu de las tormentas, os pido que una vez lleguéis a su página, entréis al blog y le leáis. (Amén de que veáis los videos y las reflexiones sobre ellos)

Y mi, por ahora, último premio a entregar va para el Diario de un impresentable, que, aunque no conozco bien a su autor, me gusta. Paso a leerlo cuando tengo tiempo y su forma de escribir directa y ese humor tan negro me encantan. Creo que merece este premio.


Feliz año a todos!