jueves, 28 de mayo de 2009

Me acordé de él

Sus labios rozaban suavemente la piel de mis manos. Él me besaba y, mientras tanto, entre beso y beso, soltaba alguna frase que decía poco o más bien nada.
Pero todo estaba bien así.
Corría una brisa fresca y dulce.

- Ayer hablé con él - me dijo - vi su imagen, con la cara ahogada entre las manos, llorando, con lágrimas resbalando por sus brazos, hasta morir en el suelo. Es un hombre destrozado, no sé como ella pudo hacerle todo esto -.

Le imaginé.
Imaginé esos cristalinos ojos azules compitiendo con un rojo irritación. Llorando su alma envolviendo los trozos de un corazón roto. Vomitando dolor. Constantemente.

Todos sabíamos que esto iba a pasar tarde o temprano. El amor se acaba. Hay que darse cuenta y actuar antes de que sea tarde. No amar por pena. Nunca.
Yo sé que ella hizo todo lo que pudo, intentó condicionar su vida y esperar, esperar a que él decidiese dejar de amarla, esperar a que se enfadara y se marchara dando un portazo, esperar a que se cansara de sus reproches y sus evasivas y fuera la furia la que ganase sobre el desamor, pero... no fue así.
Sabíamos que no sería así.

Seguí mirando el horizonte y me acordé de él. Me acordé de cuando aun estaban juntos y me acordé de cuando todo empezó a terminar.
De sus palabras. De las de ambos.
Recordé cuando la tragedia se podía casi sostener entre las manos.

Todos cruzamos los dedos sin esperanza.

Entonces miré a quien tenía al lado, besándome la mano, cuando yo estaba pensando en multitud de cosas.
No quería cometer el mismo error.
Ni llegar al mismo límite.

- Creo que será mejor que me vaya - le dije
- ¿Ya te vas? Te acompaño a casa -
- Déjalo, creo que es mejor que... esto se quede aquí -

Me fui sin mirar atrás, no quería ver caer una sola lágrima de esos ojos tan llenos de amor, de dulzura, hacía tan sólo unos segundos.

Le oí gritar

- Pero ¿Por qué? si yo te quiero -

(te quiero)
(quiero)
(iero)
(ero)
(...)

jueves, 21 de mayo de 2009

Memoria rota

Los gritos hacían retumbar las paredes.
Otro día más discutíamos a voz en grito a saber por qué tontería. Sus reglas, mi libertad... o tal vez simplemente por no doblar la ropa (no somos siempre tan trascendentales).
Cuando las cosas se ponen así eres incapaz de escuchar, de comprender y te limitas a mantener un discurso a no sé cuántos decibelios, pese a no saber bien de qué hablas.
Así que me marché de casa, por el bien de mis oídos y de mis vecinos.
Recuerdo que cerré la puerta por fuera, eché la llave un par de veces...
Recuerdo que era jueves...

[..]

Abrí los ojos. Estaba luchando por poder mantener el equilibrio y enterarme de lo que pasaba en el mundo que me rodeaba.
Sentada en el suelo del ascensor parecía levitar. No sentía nada.
A mi lado una botella de ¿Whisky? No podría asegurarlo.
No sé si tanto me había impresionado la guerra que habíamos tenido hoy como para olvidarla a toda costa.
Abrí la puerta. La casa estaba vacía.
No entendía nada hasta que saqué el teléfono móvil para llamar a mi madre. Miré la fecha.
Eran las tres de la mañana de un Sábado recién nacido.
Pero para mí no habrían pasado más de dos o tres horas.

[..]

Me hicieron pruebas. Inconcluyentes.
Todo lo que me dijeron es que pudo ser el alcohol. Simplemente.
Así que me fui a mi casa pensando en lo bien que me vendría de vez en cuando un buen trago si iba seguido de un lapsus de memoria semejante.

[..]

Me despedía de Li Shung en el hospital. Todos lloraban, pero ese era mi primer recuerdo desde que llegué a casa tras el psiquiátra, así que no sabía por qué.
Por primera vez me llegaban flashes, voces, que decían algo sobre la Yakuza o algo así, palabras que no me decían nada.

[..]

Un centro comercial lleno de gente. Li llorando. Li corriendo.

[..]

Bajaba las escaleras mecánicas corriendo a toda velocidad. No sabía quién era él. No sabía porqué corría detrás de mí. ¿He robado algo? No lo sé. ¿Dónde estoy? Tampoco.
Conseguí esconderme en un saliente de una tienda. Me miré y mi ropa era totalmente distinta que en todos los demás recuerdos. ¿Qué día era?
Una mano tocó mi hombro, me sacó de mi escondite.

- Deja de correr, maldita sea, no vamos a hacerte nada -
- ¿Quiénes sois? -
- Somos policías, estamos investigando lo que pasa con la familia Shung -
- ¿Qué pasa con la familia Shung? -

Se miraron entre ellos. Me miraron.
Tenían dudas. No sabían si les mentía o si realmente no sabía nada.

- Toma, mi tarjeta con mi número, si recuerdas algo llámanos y estate atenta, tal vez nos pongamos en contacto contigo -

[..]

Sonaban sirenas a lo lejos. Estaba en un polígono industrial a las afueras de la ciudad.
Estaba cansada. Tal vez de correr delante de aquel policía, pero... mi ropa volvía a ser diferente. Totalmente diferente, como si hubiéramos cambiado de estación.
Mi teléfono sonaba. Era Li.

- ¿Dónde estás? -
- Pues... no lo sé muy bien, creo que en el polígono de las monjas -
- ¡¿Todavía estás allí?! Vete ahora mismo -
- Pero.. ¿Qué pasa? -
- ¡Joder! -

Colgó el teléfono. En diez segundos tuve cuatro coches de policía rodeándome.
Me apuntaban unas seis armas.
¿Qué cojones....?

domingo, 17 de mayo de 2009

Ahogándome

Quizá debí tomármelo como un juego, pero no pude.
Tenía las manos agarrando en borde de la piscina, como si me fuese la vida en ello. Estaba cansada de nadar, de jugar y de hacer el gañán dentro del agua.
Respiraba con dificultad, recuperándome.
Fue, en mi tercera exhalación cuando noté sus fuertes manos sobre mis hombros. Me separó del borde y me hundió cuando ni siquiera me había dado tiempo a tomar una bocanada de aire decente.
Cuando toqué el fondo con los dedos de los pies abrí los ojos, intentado conservar en mis pulmones el más leve rastro de oxígeno como si fuera de oro.
Allí le vi, con su cara burlona, como si mi asfixia fuese algo de lo que carcajearse.
En el otro lado de la piscina vi a Rubén, que venía nadando hacia mí, mientras otro par de compañeros de juegos intentaban sujetarle por los brazos.
Me acerqué al bufón que me hundió y le insulté entre burbujas. La rabia cegaba toda porción de razón que pudiera decirme que no me estaba oyendo.
Seguí acercándome hasta que le tuve a escasos centrímetros y, con la poca fuerza que tenía le golpeé la cara. La impotencia frenaba mis brazos, pero ya no sentía la falta de aire.
Conseguí salir, pensando en si, tal vez, mi respuesta había sido demasiado exagerada, pero las lágrimas que se mezclaban con el agua y el cloro me decían que no. Que no había sido gracioso, ni una broma.
No obtuve disculpa, ni la quería.
En aquel infierno azul obligatorio, cualquier cosa hubiera estado bien, menos sus sonrisas.
Rubén vino y me abrazó con fuerza. Supongo que vio en mi cara algo más que un simple susto y juntos nos acercamos al final de la piscina, donde debía estar nuestro monitor, que se había marchado.
Eso sí, había dejado una nota en la que ponía:

Nosotros somos algo más que una apariencia.
Somos personas.
Somos algo más que una imagen.
Somos algo más que una actitud.
Somos algo más que un momento.
Algo más que un segundo.

Era su forma de decir que, pese al espectáculo que habíamos dado en aquel momento, pese a la decepción que debía sentir en cuanto a las formas que demostramos, sabía que no éramos sólo eso, que todo puede perdonarse. Olvidar.



lunes, 4 de mayo de 2009

Ser o no ser

Nunca fui una rebelde, una revolucionaria (por más que te empeñaras en decirlo). No he sido una musa por algo más que un físico genético o un don de oratoria fruto de la supervivencia.
No he sido esclava ni erudita, no he sido buena ni mala, no he sido geisha ni ninfómana. Tampoco morena, es así.
No he sido un amor de piel canela y sangre caliente. No he sido una amante inolvidable ni un amor eterno. Tampoco causa de tormento.
Aun cuando pude, no fui una lolita de instinto febril ni fresco. No fui el ojito derecho de mis padres, ni la oveja negra de una familia entera.
No seré recordada por nada que haya hecho hasta ahora, no seré una madre mejor que otras ni una experta cocinera.
No seré alta, ni seré ruda.
No seré famosa, ni luciré una ristra de maridos. No diré que de este agua no beberé.
No seré sumisa, ni dictadora, como mucho, ausente. No seré presa de otra cárcel que la mía.
Sé que no soy Shakespeare, ni Marie Curie, pero para mí cada gota de agua es un descubrimiento y escribo con un alma que aun tengo. Tengo.

Aunque algo que siempre fui, es fiel a mis principios. Leal a mis compadres. Y pienso en si tal vez podré ser fiel a mi final o leal a mis traidores.