domingo, 3 de julio de 2011
Infiel
viernes, 29 de abril de 2011
El submundo
miércoles, 2 de marzo de 2011
Sensación entre pieles
viernes, 3 de septiembre de 2010
Si no lo veo, no es ilegal
Tenía sospechas de que fueras tú.
Era un asunto feo ¿Sabes? De esos en los que no me extrañaría que estuvieras inmerso.
Me habían dicho que el sábado, al salir del metro, alguien había incomodado a una chica con preguntas. Fue una interrupción de la vida diaria sin sentido, al menos a ella el tumulto de la ciudad se le paró de repente.
Sé que no fueron tus labios los que se movieron, pero tenía serias dudas sobre si estabas implicado.
Hablé con ella que, quitándole importancia ahora que todo había pasado y que lo miraba desde la comodidad de su casa, le quitaba la importancia que sí tenía.
Me dijo que quien le preguntó iba con un chico con la cabeza rapada, vestido de negro y con tatuajes.
En ese momento tuve que descartarte, porque tu piel sigue tan inmaculada como la pronta adolescencia que sólo delata tu DNI. Pero según fui descubriendo, indagando y descartando a otros, poco a poco todo te iba señalando a ti.
Llevaba ya algunos meses sin verte, pero los animales de costumbres siempre se mantienen en las mismas rutinas y así supe cómo buscarte.
En el local.
El local que antes fue un bar de barrio, de esos de toda la vida y ahora había quedado para amontonar muebles recogidos de la calle y los cristales medio tapados con papeles de periódico pegados.
Había estado allí alguna vez contigo y con amigos. Amigos, si es que así se podían llamar. Esos que están contigo por aproximación geográfica y quizá coincidencias puntuales que hacen que el paso del tiempo le ponga fecha de caducidad.
Era de noche y vi de lejos el cartel medio roto del bar, al que se le estaba desprendiendo el neón de abajo, mientras parecía agonizar esa luz azul tan peculiar. Y vi una sombra alta, un chico fuerte, parado en la acera de en frente del local, sumido en sus pensamientos y, a ratos concentrado en lo que veía y a ratos totalmente distraído con las musarañas.
Cuando estuve lo suficientemente cerca pude darme cuenta de que era Ángel.
Ángel era ese chico de barrio al que todo el mundo conoce de oídas o de vista. Clásico chico problemático que tiene un buen fondo pero ha tenido una vida dura para su corta edad. Aunque este era algo mayor que tú y ya había pasado la veintena seguía atrapado en un bucle de indecisión y rebeldía que no le permitía seguir con una vida de adulto plena y responsable, pero ¿Quién podía juzgarle? ¿Quién hubiera querido estar en su situación? Nadie.
Cuando estuve a su lado casi tuve que darle una palmada en la nuca para que me prestase algo de atención.
- Oye ¿Qué está pasando ahí dentro? -
- Míralo tú misma -
La mayor parte del papel que cubía la cristalera central estaba arrancado y pude verte dentro hablando animadamente con un par de tíos de mediana edad a los que no reconocí.
- ¿Quiénes son? -
- No tengo ni la más remota idea, tía -
- Y... ¿Qué haces aquí contemplando la escena sin hacer nada? Vamos, si puede saberse.. -
- He llegado hace un rato, pero viendo el percal paso de entrar, no sé quienes son esos tíos pero no me gustan ni un pelo -
- ¿Vas a dejarle ahí dentro aunque no te gusten? -
- Es mayorcito ¿No? -
- Sí... pero aun así -
- Oye mira no es responsabilidad mía ¿Vale? Si veo que la cosa se pone fea, entro a ver que se cuece, pero mientras tanto paso, igual son trapicheos suyos... yo que sé -
Parecía que le daba igual, pero no.
Estaba intentando mantener ese rasgo de tipo duro y desinteresado que tanto quieren imitar los chavales. Los chavales como tú.
Me fijé más detenidamente en la escena y pude ver cómo un tatuaje asomaba bajo la manga de tu brazo izquierdo.
¡Lo sabía!
Estaba recién hecho... se notaba porque aun daba la impresión de estar algo hinchado. Sólo pude ver una especie de “L” tumbada y el fondo azul, pero tenía más que claro qué significaba esa pieza del puzzle.
- Oye ¿Desde cuando... ? -
- Dos semanas -
Entonces los dos hombres se juntaron hombro con hombro y ya no pude ver qué pasaba.
- Entra -
- ¿Qué dices? Paso -
- No podemos ver que pasa dentro, entra, igual la cosa se está poniendo fea -
- Joder... -
Pareció indeciso por un momento y tuve que agarrarle por los hombros y zarandearle.
- ¿Quieres hacer el maldito favor de entrar? -
No fue necesario.
Los hombres salieron y se marcharon a paso rápido por la acera antes siquiera de que pudiera darme la vuelta.
Para cuando quise reaccionar ya estabas allí. A mi lado. Sangrando por la oreja y la boca, sin camiseta y con los ojos fuera de las órbitas.
- ¡Estáis aquí! Joder, menos mal -
- ¿Qué te ha pasado? -
- Es... difícil de explicar... Ángel, son éstos, son los amigos de mi viejo -
Yo no entendía nada, pero Ángel pareció saber a qué se refería.
Hubo miradas nerviosas. Muy nerviosas.
Te giraste hacia mí y me empujaste varios metros en la calle. Sin violencia, sólo querías que tuviéramos un momento a solas.
Cuando torcimos hacia la bocacalle te tiraste a mis brazos.
- Ayúdame... ayúdame joder -
- ¿Qué quieres que haga yo? -
- No... no quiero que me vuelvan a hacer daño -
- Pero ¿Qué cojones ha pasado? Más te vale contármelo ya o no pienso seguir ni siquiera escuchándote, se me están poniendo los pelos de punta -
- No quiero volver a la cárcel -
- Pero ¿Qué cárcel? Si tienes dieciséis años -
- Joder... ya sabes... los internados, los reformatorios... no quiero volver -
- Y si se puede saber ¿Qué es lo que puedo hacer yo? -
- Ellos me... me... me chantajean, digámoslo así, me vieron haciendo... algo que no debía y ahora me tienen de chico de los recados o testificarán en mi contra -
- Pfff.... -
- Di que estabas conmigo -
- ¿Qué? Debes estar de broma -
- No -
- Por favor... por favor... di que estábamos juntos, que yo no estaba allí. Si sigo obedeciéndoles y tú testificas a mi favor cuando acabe el juicio seré libre -
Libre.
La palabra rebotaba de un lado a otro dentro de mi cabeza.
Tenía tu enorme espalda de quinceañero fuera de tiempo entre mis brazos.
Levantaste la cara suplicante y tus lágrimas de rabia se mezclaban con la sangre de tu boca a la altura de la barbilla. Ante un gesto tan desesperado no quedaba nada que hacer salvo aceptar... salvo rendirse.
Ni siquiera te pregunté si fuiste tú aquel chico misterioso del que me hablaron.
Ni siquiera te pregunté qué se supone que habías hecho para acabar así. Ni siquiera me pregunté si lo habrías hecho.
Agaché la cabeza para recibir el peso de la justicia divina ahora como cómplice apoyada en la ignorancia y la confianza.
Perdóname padre, porque he pecado. No sé hasta dónde, pero he pecado.
martes, 4 de mayo de 2010
El demonio y el cascabel
Era una mujer de unos cuarenta y tantos aficionada al macramé y con mucho tiempo libre.
Desde hacía unos años contaba a todos historias raras sobre ciertas figuras que veía rondar entre nosotros. Decía ver al demonio correteando calle arriba y calle abajo. También decía que era una criatura adorable, que no entendía por qué tenía tan mala fama.
Aquella tarde me quedé a tomar una taza de té con ella. Pese a todo lo que decían sobre los cantos de pájaros que había dentro de su cabeza, a mí me parecía una mujer muy entretenida y muy agradable. Aquello sólo lo haría para llamar la atención. Desde que su marido murió y sus hijos se independizaron pasaba horas y horas metida en su casa sola, viendo la televisión y haciendo sus labores.
Normal que contase todo aquello.
Yo también estaría harta de mi rutina.
Me senté en un sofá grande de piel marrón, muy cómodo. Había una mesita de mármol y madera en medio del salón, una mesita de té. Ella me sirvió unas pastas y me dejó sola cuando la tetera comenzó a pitar.
Yo estaba cansada, me había levantado tarde esa mañana para hacer unos recados y me recosté en ese sofá tan cómodo.
Ella llegó y sonrió.
- ¿Estás cansada? -
- Un poco -
- Vaya... oye ¿Te he hablado alguna vez del demonio? -
- Sí, pero... cuéntamelo otra vez ¿Cómo es? -
- Tiene un aspecto muy gracioso, siempre lleva un cascabel -
Bostecé dulcemente y sonreí.
- ¿Un cascabel? -
- Sí, es plateado y casi tan grande como él, no sé como se las apaña para llevarlo siempre consigo y poder correr tan rápido como lo hace -
- ¿Le ves correr? -
- Casi siempre está corriendo - miró a la mesita - pero ahora está sentado ahí, en la esquina de la mesa -
- ¿Está aquí? ¿Tan cerca? -
- Sí, es adorable -
Miré a la mesa y no vi nada.
- Échate un rato si quieres, no tengas miedo -
Apoyé la cabeza en el reposa brazos del sofá y volví a mirar la esquina de la mesa. Vi humo, un poco de humo gris oscuro, aunque nadie estaba fumando. Entorné un poco los ojos y empecé a ver una figura... una figura transparente, pequeña, del tamaño de un ratón, sentada en cuclillas en la esquina de la mesa sujetando algo redondo.
Lo achaqué al sueño.
Cerré los ojos...
... noté como un centenar de grandes cascabeles caían sobre mi espalda. Redondos... ligeros... sonando.
Maldición.
Oía a la mujer reir y repetir una y otra vez "Sabía que tú me entenderías, lo sabía, tú también le ves".
Yo no me atrevía a abrir los ojos y darme cuenta de que había perdido la cabeza por completo. Sabía lo peligrosas que eran las alucinaciones. Era un viaje sin retorno al mundo de la locura. Medicaciones diarias. Médicos y médicos. Pesadillas. Paranoia.
Maldición.
Lentamente abrí los ojos y miré la esquina de la mesa. Nada. No había nada. Pero entonces vi algo subiendo al sofá.
Era un osito de peluche. Un osito, pequeño, muy pequeño, con un gran cascabel de cristal entre las manos. Tenía los ojos negros, vacíos. Parecían dos grandes pozos, era lo menos real de todo aquello. Esos agujeros negros eran imposibles.
Me entró el pánico.
- Tenemos que ir al hospital -
- ¿Por qué? -
- ¿Es que no lo ves? ¡Tenemos alucinaciones! Esto es grave... es MUY grave -
Cuando me escuchó, cuando vio mi cara infectada por el miedo pareció entender que nada de esto era tan gracioso como ella pensó en un principio. Quizá el no fuera tan malo... pero verle era muy malo, muy muy malo.
Me puse en pie y me dirigí corriendo hacia la puerta.
En un principio ella se mantuvo quieta en mitad del salón sin saber bien a donde ir. Sin saber si acaso debía ir a algún sitio... el demonio nunca la había hecho daño y todo esto le hacía sentir un poco desagradecida. Pero al final cedió.
Cuando estábamos en la puerta a punto de salir, el pequeño osito salió corriendo hacia nosotras, como si quisiera acompañarnos.
Su cascabel sonaba.
Abrí la puerta justo antes de que se pusiera a andar por la pared y saltara sobre el pomo.
Cuando llegamos al ascensor consiguió colarse y allí, en aquel pequeño espacio, conseguí atraparle.
Le cogí con dos dedos, como si diera un pellizco y con la otra mano le arranqué la cabeza. Justo en ese momento dejó de moverse y supe que había matado al demonio, había matado a mi alucinación, estaba curada.
Salí del ascensor con el osito entre los dedos y lo tiré a la basura. Ambas nos fuimos juntas a dar un paseo y tomar un helado.
"Un vecino asegura haber visto a dos mujeres metidas en el ascensor, una de ellas, con los dedos pegados a la pared del ascensor como si sujetase algo gritaba ¡Acabaré contigo! Mientras la otra sollozaba 'NO, no lo hagas... no lo hagas, por favor' Ambas estaban desaliñadas y tenían las manos desnudas.... Al parecer esta escena se repite cada martes desde hace más de un mes"
lunes, 26 de abril de 2010
Los lobos hablan
Parecía una gran cabaña. Antigua, muy antigua, las grandes vigas de las paredes estaban algo raídas y había telas de araña y aquí y allá. Parecía llevar mucho tiempo sin estar habitada.
Intenté levantarme, pero preferí ponerme antes de rodillas, no quería jugar con la suerte y acabar de nuevo en el suelo por un mareo inesperado. No recordaba nada. No sabía cómo había llegado a aquel lugar ni cuanto tiempo había estado allí.
Pasaron al menos un par de horas hasta que conseguí levantarme y dar una vuelta por el lugar.
Había una pequeña mesa frente a un sillón de piel viejo que tenía una pinta a la par cómoda y mugrienta.
Intenté levantar las persianas un poco más de lo que ya lo estaban, quería luz, luz de verdad, no esa tímida luminosidad de mañana muy temprana o tarde muy adelantada que se colaba por esas pequeñas rendijas de las ventanas. Pero parecían no bajar.
Abrí las ventanas e intenté bajarlas con las manos cuando escuché unos sonridos secos a mi espalda. Era como si algo estuviera arañando la madera de aquella cabaña. Seguramente serían ratones. No me daban miedo los ratones, pero prefería ver qué era, por si fuese un animal más grande que pudiera morderme y contagiarme algo.
Intenté enfocar cada rincón de la cabaña, al menos a grosso modo, pero en un primer momento no conseguí ver nada. Cuando fui a girar la cabeza noté como una gran sombra pasaba de un lado a otro de la pared que tenía justo en frente.
Me quedé pegada a la ventana, como si me hubieran puesto pegamento en la espalda y se hubiera secado antes de tiempo. Sentía que el miedo me paralizaba. No saber era algo que me producía mucha inquietud.
Respiré hondo y me separé de la ventana, me dirigí hacia el centro de la sala. Desde allí controlaría de la misma manera cada punto lejano de la cabaña.
Las sombras se multiplicaron. Eran como cinco o seis grandes bultos oscuros que se movían acompasadamente por la habitación, como en un baile de máscaras, con paso lento, casi era algo musical. Danza.
Un rayo de luz incidió claramente sobre uno de los bultos a medida que se movía y, durante un segundo, pude ver unos dientes afilados que sujetaban una lengua rosa y descolgada.
Lobos.
Eran lobos.
Lobos enormes y desconocidos ¿Cómo habían conseguido entrar si yo no había conseguido salir?
Eran lobos grises, de un gris muy oscuro, eran lobos que despedían humo por su pelaje, pero no era el clásico vaho del calor... no... era como si ellos mismos estuviesen ardiendo.
Una vez descubiertos cesó el baile.
Empezaron a acercarse a mí sin ninguna prisa, arrugando el hocico y enseñando unos dientes crudos y unas encías negras. Pero eso, eso ni siquiera me inquietaba. Lo realmente preocupante era el sonido... no emitían ningún sonido.
Parecían no respirar siquiera.
No había ladridos.
No gruñían.
No aullaban.
Pero se movían.
Entonces y como si estuvieran puestos colgados de hilos invisibles, vi aparecer unos rectángulos sobre cada uno de ellos, como si fuesen bocadillos de comic con palabras totalmente ininteligibles. Si era un idioma, yo no lo conocía.
Cada vez que uno de esos cuadrados desaparecía, alguno de los lobos daba un paso más hacia mí. Pero, a la vez, cada nuevo cuadrado blanco tenía una colocación de letras nueva y empezaba a poder ver palabras más o menos conocidas.
Ya... eran pocos los centímetros que me separaban de todas aquellas bestias silenciosas cuando pude ver claramente escrito un mensaje.
"Grita y todo esto desaparecerá"
Intenté gritar. Pero el sonido se ahogó en mi garganta.
El primer lobo se tiró contra mí. Y fue así, literalmente, se tiró contra mí. No fue a morderme. Me golpeó como hacen las cabras entre ellas. Me golpeó con la cabeza y el hocico en el muslo derecho.
"Grita y serás libre"
Lo intenté con tanta fuerza que hasta me dolió. Un leve silbido nació directamente de mis pulmones y salió a mi boca en forma de algo que no podía llamarse ni sollozo.
El segundo lobo se tiró contra mi estómago. Casi me doblega.
"¿Es que no puedes gritar?"
Esta vez, intenté respirar hondo y concentrarme. Esta vez tenía que conseguirlo. ¿Por qué me permitía creer que si gritaba todo eso desaparecería? ¿Cómo podía ser tan ingenua? Bueno... ¿Acaso podía hacer otra cosa?
Grité.
Creí que gritaba.
Un apagado "ahhhhh" me acarició los labios suavemente. Demasiado suavemente como para considerarse un grito.
Otro lobo se tiró contra mí, esta vez, contra mi pierna izquierda. Me dolía todo de tal manera que me quedé arrodillada frente al cuarto lobo. No sólo no había aullidos que oir si no que no había aliento que oler. Si no fuera porque les veía no podría asegurar que estuvieran vivos.
"Grita"
Rompí a llorar.
El cuarto lobo se tiró contra mi cara y me rompió la nariz.
"Adiós"
martes, 13 de abril de 2010
Confianza
Llegué a tu casa a eso de las seis y media de la tarde pensando que ya habrías llegado y estarías merendando o tomándote un café.
Cuando llegué, abrí con la llave que tú mismo me diste, alegando que, ya iba siendo hora, de empezar a tener confianza el uno en el otro.
La casa estaba vacía. Oscura. Atravesé el salón y fui abriendo ventanas y levantando persianas allí donde iba para dejar que la luz del sol iluminase aquel sitio tan gris y tan triste. No te vi. No me preocupé porque conozco tu sentido desinteresado y despreocupado de vivir, así que, para esperarte, me fui a la cocina a prepararme un pequeño tentempié.
El tiempo iba pasando y tú seguías sin aparecer... pensé que quizá aun estarías en el trabajo y me dispuse a ir a buscarte y darte una sorpresa.
Cuando me marchaba tropecé con algo. Miré hacia el suelo y vi un gran bulto negro. Cuando giraste la cabeza me sobresalté.
- ¿Qué haces ahí? -
- Esperaba que no me vieras... -
- ¿Por qué? -
Ante mi pregunta tu rostro cambió. Empezó a retorcerse y arrugarse como lo hace el morro de un lobo enfadado.
- ¿Qué te piensas eh? Eres como todas ¡Todas! Todas os pensáis que tengo que estar siempre ahí para cuando os dé la gana ¡Pues no! Estoy más que harto de... -
- Basta. Me voy -
- ¿Qué? No... espera... -
Mientras intentabas sujetarme por el brazo cogí mis cosas y me dirigí hacia la puerta. Tuve que pegar un par de tirones para soltarme de ti. Cuando ya estaba casi en la puerta, tu tirón fue más fuerte, tan fuerte que me diste la vuelta por completo.
- ¿Dónde vas? -
- ¿Cómo que donde voy? ¿Te crees que me voy a quedar aquí escuchando como me gritas? Te recuerdo, que hoy habíamos quedado. Tú me pediste que viniera. Si tan hecho mierda estabas, no habérmelo dicho, o haberme avisado. Me estás haciendo sentir una acosadora y yo... yo no voy detrás de nadie -
- Espera -
- ¿Qué narices quieres? -
- Lo siento -
- Me da igual que lo sientas, me voy -
Salí del portal y me confundí entre la gente, todo estaba lleno de personas que subían y bajaba por la inmensa avenida a toda velocidad. Volviste a cogerme, pero me solté y seguí bajando y bajando hacia el parque.
De vez en cuando me giraba para ver si habías vuelto a salir, en el fondo no deseaba otra cosa que consiguieras pararme, arregláramos todo y pudiéramos volver a casa a ver cualquier programa basura y echar la tarde abrazados en el sofá. Pero no podía consentir algo así, no podía consentir que me gritaras cuando te viniera en gana. No tenías derecho.
Me giré una última vez antes de llegar al cruce, pero no estabas.
No estabas allí, estabas justo en frente de mí.
- Venga, tonta... no te enfades... vámonos a casa -
- No -
Ese "no" salió de lo más profundo de mi alma.
Ese "no" fue la respuesta a una nueva faceta tuya que, ahora ya, es demasiado tarde para olvidar.
Ya no eras ese gran perro protector que siempre me acompañaba, no eras ese gran lobo estepario aullando a la luna... no... eras una especie de felino tramando algo. Tu cara era ahora más ancha y más chata, enseñando unos colmillos afilados y un arrullo ronroneante y dulzón que nada entendía de sentimientos nobles.
- No voy a casa contigo, tú quieres que vayamos y matarme allí -
Apoyé la mano en tu pecho para ver si tu corazón se aceleraba ante tamaña declaración, pero no fue así, sonreíste y dijiste:
"vaya tontería"
Y una chispita carmín te brilló en los ojos.
La mecha acababa de encenderse y yo me marché justo antes de que explotaras.