lunes, 30 de noviembre de 2009

¿Por qué no tú?

Era una excursión por un lugar extraño. Una feria de artesanía al más puro estilo Tim Burton.
Sobre las mesas y sobre el suelo había inmensas recreaciones de escenas lúgubres, pero con un toque alentadoramente fantástico. Había desde árboles retorcidos y desnudos hasta hadas de alas de alambre negras y una belleza insultante. Casas con rejas endiabladas en las ventanas, casas con las paredes de madera torcidas, con tablones sueltos, y con formas imposibles en el mundo real.
Nubes de un extraño material plástico que les daba un aspecto duro pero esponjoso, como si fueran reales y trajeran la tragedia de la tormenta. Misteriosamente realista.
Yo paseaba rodeada de gente, gente de mi edad, jóvenes, que parecían conocerme más que yo a ellos.
Eran simpáticos, así que me limité a socializar sin pensar en si eran simpáticos conmigo por cortesía o por amistad. Sus caras sólo me sonaban vagamente.
Mirabamos todo con avidez, el mínimo detalle y lo comentábamos entre todos como si se tratase del análisis de una poesía, buscando en cada rincón de las reproducciones a ver si encontrábamos algo que se hubiera escapado a los ojos de los demás.
Aunque había algo más extraño que las maquetas en aquella exposición.
Pese a lo cuidado que estaba todo el material expuesto, las paredes parecían demasiado "temporales" era como una gran carpa más que un museo o un edificio cultural. Me pareció algo irresponsable tener piezas de tanto valor en un lugar tan endeble.
Mientras lo pensaba, una maqueta de una casa llamó particularmente mi atención.
Me acerqué y me fijé bien en ella. Era una casa de una sola planta, pequeña, con las paredes en ángulo cóncavo, con los tablones resquebrajados, salidos y algun que otro clavo fuera de su sitio. Sin embargo tenia una belleza particular.
Las rejas y los cristales de las ventanas eran de un morado oscuro, casi negro. Del tejado salía una chimenea retorcida y metálica, de un metal mate y envejecido, y de ella brotaba un humo plateado, irisado, parecía reflejar distintos colores en función del ángulo de visión.
Al lado de la casa se erguía un árbol, un árbol viejo y estremecido, tenía aún algunas hojas pequeñas y negras sueltas sobre las ramas, unas ramas intrépidas que abrazaban la casa casi con amor.
La hierba era oscura, pero no estaba seca, pese a ser una maqueta inmóvil parecía ondear con suavidad, brisa invernal, casi podía tocarse la niebla.
Al fondo, junto a la pared derecha de la casa había un gato negro lamiéndose una de las patas derechas, era tan real que diría que ignoraba nuestras miradas con sus minúsculos ojitos brillantes, como gotas de rocío (cosa del barniz).
Pero de todo esto, lo más llamativo era un hierro en forma de ojo de aguja que salía de una de las ventanas. Como si a la casa se le pudiera dar cuerda.
Alguien debió pensar lo mismo que yo. Vi llegar a un chico de más o menos mi edad, ni demasiado guapo ni demasiado feo, ni alto ni bajo... un chico que jamás hubiera llamado la atención si no fuera porque él fue quien tiró del hierro.
Quien nos demostró a todos que aquello era una granada.
No hubo ninguna explosión, pero no recuerdo nada hasta que me vi recostada en unos sofás blancos que no había visto antes. Reíamos, todos reíamos.
Creí que no había habido ninguna explosión puesto que ninguno parecíamos estar dañados. Ningún herido, ninguna prenda rota. Tal vez fuera una especie de granada de gas. Quizá la sensación de bienestar y las imágenes fueran simplemente alucinaciones.
Un chico se acercó a mí. Llevaba un jersey rojo y era muy guapo. Tenía una sonrisa inocente y pícara a partes iguales. Embelesaba.
Reíamos. No sé qué me contaba pero me parecía interesante y agradable. Me cogió de la mano.
Al cabo de unos minutos el suelo tembló. Corrimos a escondernos todos bajo los sofás o bajo las mesas de la sala hasta que cesó.
Debí alejarme mucho de mi sitio inicial porque ya no encontré al chico, sin embargo, al lado tenía al mismo chico que tiró de la anilla de la granada. Su cara estaba distorsionada, borrosa, casi invisible, quizá porque me daba igual como fuera.
Era uno cualquiera, era un ¿Por qué no?.
No sé cómo pasó, pero al cabo de unos instantes nos besábamos dulcemente. Tal vez era efecto del supuesto gas que pudo tener la granada, quizá era una manera de consolarnos tras tantos cambios, tras tantas incógnitas y ansiedad en un sólo día. Quizá era el aburrimiento, quizá la soledad.

A veces cualquiera puede darte un momento de paz ¿Por qué no tú?

1 comentario:

Isi G. dijo...

¿Y porqué no? ;)

Besotes guapa^^