domingo, 1 de febrero de 2009

El precipicio

Jugábamos a disfrutar del mirador, allí estábamos los cuatro, Álvaro y su esposa, la muñeca rubia y yo.
Subíamos a un semicírculo endeble desde donde podía verse toda la ciudad. Yo le pisaba los talones a la esposa de álvaro.
Era una mujer piadosa de rostro tímido y dulce. Iba entera vestida de un gris neutro y llevaba unos zapatos negros del montón. Era esa típica persona que no llama nunca la atención, que dirías que es monja, por ejemplo.
Yo siempre amé a Álvaro y ahora, bueno, no es que le desease lo peor a esa mujer, pero si se torcía un tobillo no me pondría a llorar como una magdalena.
La Muñeca rubia intentaba, sin éxito, convencer a Álvaro de que ella conseguiría hacerle feliz, que era más "para él" que su esposa.
Digamos que tenemos distintas maneras de llegar al mismo sitio.
La Muñeca rubia llevaba un vestido de noche con lentejuelas rojas. Llevaba el pelo ondulado y rubio platino, un maquillaje demasiado oscuro y uno intenso tono carmín en los labios, sostenía su cigarro con un fino y largo soporte, para darle clase al asunto, supongo.
Llegamos todos al semicírculo.
Nos colocamos, de izquierda a derecha, la esposa de Álvaro, él, la Muñeca rubia y yo.
Álvaro abrazó a su esposa con ternura y cariño. Si había pasión entre ellos, lo disimulaban muy bien, pero aún así, a nosotras nos dolía inmensamente.
En ese momento hubo un temblor, no sabría decir si provenía de la tierra o del endeble mirador. Sólo sé que para cuando quise darme cuenta no había nada más que el vacío bajo mis pies.
Nos quedamos los cuatro enganchados con las manos al filo del mismo precipicio, luchando por buscar un hueco en el que acomodar nuestros pies.
Mi instinto de supervivencia se activó instantáneamente, ya ni me acordaba de con quien estaba allí ni de qué era lo que había abajo o qué llevaba puesto de ropa. Tenía que aguantar ahí como fuera hasta que viniera la ayuda. Respiré hondo, me mentalicé y dio la sensación de que la gravedad tenía menos fuerza.
Cuando llegué a una situación "estable" pude empezar a preocuparme por aquellos a quienes tenía cerca.
Álvaro y su mujer estaban pegados el uno al otro, él le susurraba palabras de aliento mientras ella luchaba por no romper a llorar y descomponerse. A veces se miraban y se sonreían, tenían allí todo cuanto deseaban tener en caso de no sobrevivir.
Entonces me fijé en la Muñeca rubia, esa mujer fatal venida a menos. Entonces entendí por qué la palabra agonía era de género femenino.
Les miraba fijamente y, cuando desvió su mirada un momento para observarme a mí, pude ver un rostro roto y desencajado, como si hubieran golpeado la cara de una muñeca de porcelana contra una pared de granito.
Si no fuera imposible diría que lloraba sangre.
Entonces me di cuenta de que sólo había dos opciones ante el amor que, yo pensé, ambas sentíamos hacia Álvaro, o que lo mío no era amor, o que lo suyo era enfermizo. ¿Hasta que punto decidiría perder la vida por alguien que jamás me correspondería? ¿Tan cruel era vivir sin ese amor?
Para mí no valía tanto la pena.

Cuando ví que se soltaba pensé que le habían fallado las fuerzas, que era un accidente. Pero cuando ví que sus zapatos de tacón impactaban contra la roca empujándola hacia fuera, vi claramente que quería disfrutar de la caída, ya que no habría nada más que disfrutar.
Nos dijo adiós en silencio.
Amén.

2 comentarios:

Isi G. dijo...

Impactante. Me encanta cómo escribes, Nanah^^

Besotes!!!!!

Sphynx Red dijo...

joder, qué grandísima eres, pequeña.

muchísimo mejor que tus minis relatitos (del otro rincón)


impresionante