miércoles, 24 de diciembre de 2008

Capítulo siete. Un nuevo hogar.

Me desperté de un salto, con tanta fuerza que pasé de estar tumbada a estar de rodillas sobre la cama.
Había sido un sueño. Muy real, pero un sueño.
Me sentía cansada, tal vez por haberme despertado de una manera tan brusca o por todo lo que había pasado la noche anterior.
Cuando conseguí tranquilizarme del todo me levanté y puse a calentar agua para hacerme un té. En un par de horas tendría que ir a terminar mi última semana trabajando como teleoperadora para que no me descontaran parte del sueldo por irme sin la debida antelación.
No tenía ni una pizca de ganas.
Durante todo el día estuve distraída pensando en todo y en nada. Empecé a moverme por pura rutina, el trabajo, la casa, la cena... iba de un lado a otro sintiéndome en otro sitio diferente, pero ni siquiera sabía cual.
Salí el viernes siguiente del trabajo, pensando en que ya no había vuelta atrás.
Cenaba mientras veía algo en la tele cuando me llamaron por teléfono.
- ¿Hola? -
- Hola, Marién - era una voz conocida, muy conocida - ¿Sabes quién soy?
- ¿Lorena? -
- Sí - rió - verás, hemos tenido algunas bajas entre los veteranos, así que te llamaba para decirte si podrías pasarte mañana para elegir la habitación que tendrás mientras estemos en esta ciudad. - hizo una pequeña pausa - Ya teníamos una para ti, pero como ahora hay vacantes, pues hemos preferido que vengas y elijas la que más te... como decirlo...¿Inspire?-
- Me encantará - mi voz sonaba llena de ilusión.
- ¡Perfecto! Me reuniré contigo a eso de las once de la mañana en la plaza mayor y te guiaré -
- Bueno... si tú quieres sí, pero puedes darme indicaciones e iré sola... -
- Es - titubeó - difícil de encontrar. Además ¿Quién te lo podría enseñar mejor que yo? - dijo animadamente.
- De acuerdo entonces, allí nos veremos -
- Hasta mañana -
Empecé a imaginar cómo sería abandonar toda mi vida hasta ahora. Llamé a mi madre para darle la noticia ahora que ya sabía que era inevitable mi marcha.
Me reprendió por no haber avisado antes y no haber compartido con ella mis últimos días antes de irme, pero le dije que aun estaríamos algún tiempo en la ciudad y que podría quedar con ella el domingo y contarle todo. Pareció quedarse más a gusto.
Después de hablar con mi madre me quedé más tranquila, pero aun así me costó dormirme, miraba el reloj de vez en cuando y habían pasado a lo sumo diez o veinte minutos... calculo que tardé unas tres horas en quedarme dormida, pero cuando quise darme cuenta, estaba sonando el despertador.
No quería hacer esperar a Lorena.
A las once menos cinco allí estaba yo, en la plaza mayor, como un reloj.
Distinguí rápidamente a Lorena de entre la gente, ni que decir tiene que era imposible no verla. Con esa maravillosa melena dorada, que resplandecía bajo el sol invernal y esa pequeña figura de perfectas proporciones. Llevaba un abrigo rojo.
Se acercó a mí a paso rápido con una sonrisa en su sonrojada cara (en su caso, por el frío).
- ¡Hola Marién! Ven - me asió del brazo - vamos rápido, que hace un frio que pela.
Asentí con una sonrisa.
Callejeamos durante un rato, hasta que llegamos a un pequeño hostal en una calle cortada. Me pareció un tanto... como decirlo con delicadeza... abandonado, pero cuando crucé las puertas vi que estaba muy equivocada.
- No nos gusta llamar la atención - me dijo con un guiño. - Hoy sólo estarás tú de todos los nuevos, hasta el lunes los veteranos son los únicos que ocupan el hotel - me explicó.
- Será perfecto, así podré conocerlos -
- Bueno... - se le borró la sonrisa y ladeó un poco la cabeza - conocerlos... no sé, pero si que podrás verlos -
¿Qué habría querido decir? Me nacieron rasgos de profunda curiosidad en la cara que Lorena ignoró por completo volviendo a sacar su magnífica sonrisa para decir:
- ¿Lista para elegir habitación? -
Mientras subíamos a las plantas de arriba íbamos cuchicheando como dos amigas, qué iba a poner en la habitación, si me gustaría tener cortinas nuevas, si me gustaría tener cerca a guapos compañeros... reíamos como dos adolescentes.
Tras muchos paseos decidí quedarme con una de las habitaciones de la planta de arriba, tenía una ventana enorme que daba a un patio trasero (que la verdad, no era muy digno de ver) pero al menos tenía más cerca el cielo.
Las paredes eran de un amarillo muy claro y le daba un aspecto acogedor y amplio, se respiraba tranquilidad. Tal vez demasiada para ser un hotel, supuestamente, lleno de gente.
- Lorena... - me fijé en sus gestos según iba formulando la pregunta - ¿Dónde está todo el mundo?
Ella bajó la vista e intentó reunir alguna explicación a mi pregunta, yo no sabía a qué venía tanto misterio.
- Supongo que estarán en las salas de reunión, en el comedor o en las salas de ensayo - dijo despreocupadamente - como pueden descansar el fin de semana pues... aprovechan para charlar y relajarse -
- ¿Podrías llevarme a verles? - vi un gesto extraño en su cara - bueno... a conocer las instalaciones... -
Suspiró.
- De acuerdo... vamos -
Me enseñó las salas de reuniones, el comedor e incluso me llevó a la cocina a conocer a los empleados, estuve hablando un rato con ellos sobre mis peculiaridades a la hora de comer o desayunar y ellos apuntaron mis gustos amablemente.
Mi sorpresa fue cuando llegué a una de las salas de ensayo, la de baile concretamente y me encontré un montón de cuerpos esbeltos, que parecían tallados por artesanos, tirados por el suelo, medio muertos.

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