jueves, 18 de diciembre de 2008

Capítulo tres. La compañía Imaginarte.

Hacía un frío polar aquel miércoles por la mañana.
Esperaba en la parada del autobús y a punto estuve de volver a casa para acurrucarme tímidamente entre las sábanas y seguir durmiendo por siempre y siempre jamás...
El autobús cortó mis ensoñaciones recordándome que era hora de cogerlo, ahora o nunca, con el próximo llegaría tarde.
El conductor me miró con cara de pocos amigos al ver que no era demasiado mañosa para sacar el abono de la cartera.
Me senté en mi sitio de siempre, atrás del todo a la derecha y pegué la cabeza al cristal dispuesta a echar una cabezadita hasta llegar a mi destino, pero estaba tan nerviosa que me fue imposible.
Tras una media hora de trayecto, sin mayor altercado que algunos pequeños tramos de retención, llegué a mi parada.
Busqué el edificio IFOL y lo encontré tras cruzar un par de calles. Se erguía blanco y magestuoso entre todos esos edificios vulgares y grises. Me infundió, en cierto modo, respeto. Me sentía muy pequeña, minúscula, ante tal gigante de hormigón.
Tragué saliva y me dispuse a entrar.
Una vez allí, un joven me atendió en la recepción, parecía un tanto somnoliento y distraído, pero imaginé que tal vez hubiera salido la noche anterior.
- Hola ¿Puedo ayudarle en algo? - me dijo con aspecto de no interesarse demasiado.
- Ehm.. sí, vengo a hacer una entrevista para Imaginarte -.
En ese momento pareció reaccionar y abrió los ojos como plantos.
- Sí, sí, claro, ehm... espera un momentito - se puso a mirar papeles y más papeles, a cotejar unos datos en el ordenador - vaya a la sala de reuniones tres, por favor - me dijo con una amplia sonrisa.
- De acuerdo -
Mientras me marchaba, me dije a mí misma que era un tanto raro lo que estaba pasando... pero tal vez el muchacho trabajase a comisión...
En esa misma planta, al fina del pasillo, estaba la sala tres. Pensé que habría más personas esperando, pero no había nadie.
Abrió la puerta una chica preciosa, contaría los veintitantos años, rubia, con el pelo muy largo, facciones cálidas y redondeadas, ojos verdes y cuerpo pequeño y modelado.
Me miró.
- Puedes pasar - me dijo, esbozando una sonrisa
Entré un poco acobardada, si ella veía aquella belleza cada mañana en el espejo, dudaba que yo pudiera impresionarla.
- Hola Marién, me alegra ver que al final decidieras venir - sus ojos parecieron brillar al decir estas palabras, sabía que acababa de impresionarme ¿Cómo podía saber que era yo?
- Hola ¿Lorena? ¿Cómo sabías que...? Bueno... es igual... sí, al final he decidido que me interesaba lo que me ofrecíais y... ver si tenía madera para esto -
- De acuerdo ¿Has traído algo para enseñarme? Algún texto... tal vez una poesía - dijo, eludiendo totalmente la cuestión de cómo sabía que yo era Marién.
- Pues... la verdad es que no pensé... -
- Tranquila - me cortó - ahora que veo que de verdad estás interesada, te dejaré mi correo electrónico para que tu me mandes algo y así puedan verlo los directores de la compañía, pero ya te adelanto que, seguramente, seas una de nuestras nuevas incorporaciones - me dijo, risueña, guiñándome un ojo.
Hizo una llamada y salió de la sala.
La verdad es que pensé que siendo tan bonita sería mucho más arrogante y elitista, pero daba la sensación de ser cercana y tierna. Agradecía un trato así y más sabiendo que estaba tremendamente nerviosa por dar un paso tan difícil.
Tenía dudas de si era la única en esta ciudad que se les unía o... ¿Seríamos muchos? ¿Tendría mi propia habitación? Sé que eran dudas sin importancia, pero.. iba a ser mi nuevo hogar durante a saber cuánto tiempo.
- Bien, Marién, he hablado con mis superiores y me han dicho, que estarán encantados de que nos mandes algunas de tus obras para leerlas y, si les gusta, tendrás una segunda entrevista con ellos -
¿Segunda entrevista? ¿Tendría que pasar por esto otra vez?
- No te preocupes, son muy agradables - me dijo, como si leyese mi pensamiento.
Sonrió.
- Muy bien, ningun problema, apuntaré tu dirección y esta misma tarde escogeré los mejores y te los mandaré -
Me entregó una tarjeta en la que sólo ponía su nombre de pila y su dirección e-mail.
Me dio un apretón de manos que se me antojó más fuerte que de costumbre, me regaló una gran sonrisa y me dijo que esperaba que nos viésemos pronto.
- Ha sido un placer, Marién -
- También para mí -
Llegué a mi casa casi volando en una nube. No sólo por haber terminado ya ese mal trago de ir a una entrevista, si no porque parecía que había salido muy bien.
Quedaban ahora las pequeñas gestiones, avisar en el trabajo de que pretendía irme, con la antelación correspondiente y buscar entre mis archivos lo mejor que tenía para intentar impresionarles.
Lo envié.
Antes de que pasaran cinco minutos, tenía la respuesta de Lorena en la bandeja de entrada.

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