miércoles, 25 de marzo de 2009

Dulce tortura

Nos disponíamos en filas de a uno, largas filas. Todos íbamos vestidos de la misma manera, trajes grises claros, como gris perla, denotando que estábamos allí presos, aunque no fuese una cárcel.
Girando un poco la cabeza veía a cientos, cientos de ellos, iguales que yo, de pie, caminando lentamente por aquella enorme nave cerrada. Ninguno sabíamos cómo habíamos acabado allí, podía verlo en sus rostros vacíos, en sus miradas perdidas.
Resignación.
Entonces hubo una especie de explosión de gas, empezaron a evacuar a los internos y cuando quise darme cuenta estábamos sólo unos pocos, tal vez diez o quince nada más, agazapados entre el humo, sin saber muy bien a dónde ir.
Ahí llegó el dolor, clavándose como agujas de tejer.
Entre la niebla llegaron guardias con máscaras y, mientras el sistema de incendios se activaba dejando caer una suave lluvia artificial, ellos llegaron hasta nosotros vestidos de negro y con unas extrañas armas en las manos.
¿Qué era? Aun no lo sé, no sé si eran descargas, agua hirviendo o algún tipo de ácido... sólo sé que dolía tanto como quemaba... y vaya si quemaba.
Recuerdo verme a mí misma hecha un ovillo en el suelo gritando ¿Por qué? ¿Por qué me hacéis esto?


¿Por qué?


Mas mis plegarias no fueron escuchadas, no obtuve respuesta ni consuelo. No sé cuándo cesó todo, debí desmayarme como única defensa.
La siguiente imagen que viene a mi cabeza vuelve a ser en grupo, con todos otra vez, dirigiéndonos a una especie de templo o iglesia, que usábamos a modo de salón de reuniones. Sentados todos sobre aquellos viejos sillones granates, como si estuviéramos en una universidad cara y arcaica, madera sin tratar y olor a clausura.
En mi fila de asientos, estábamos los castigados, al menos estaban muchas de las caras que había a mi alrededor el día del ataque con humo.
Una vez estuvimos sentados y callados nos informaron de que tendríamos libertad para movernos dentro del templo, leer o simplemente mirar por las ventanas. Encerrados igual, sí, pero con entretenimiento ¿Era un premio?
Yo no podía seguir estando así, sin saber por qué estaba allí, sin saber por qué venían los premios o los castigos ni por qué después de tanto dolor no había una sola marca en todo mi cuerpo, ni un leve rasguño en la piel.
Siempre he sido muy delgada, aun así me fue dificil escapar entre los barrotes, pero con paciencia, flexibilidad y algo de saliva pude conseguirlo.
Mientras corría por las calles de a saber dónde ví a lo lejos una especie de atracción de fería, en medio de la calle, sólo había una persona llevándola y me resultó extraño, pero había mucha gente y tal vez me podría camuflar.
Al acercarme pude verlo todo con más detalle, era como una placa blanca que levitaba y te permitía ver toda la ciudad una vez estuvieras arriba.
Montaban grupos de gente, entre ocho y diez personas, así que no podría ser descubierta, pero sí vería si me seguían.
Una vez estuve en la cúspide de la ciudad, donde casi se puede tocar el sol con las manos, reconocí a unos guardias pese a que se habían vestido de civiles. Por eso, nada más bajar, corrí hasta que las piernas parecieron no estar bajo mis caderas.
Llegué a un polígono de negocios, todo eran grandes edificios peinados al viento, cristaleras de colores fríos y opacos, gigantescos espejos y ni un alma por las aceras.
¿Qué era todo aquello? ¿Dónde estaba?
En medio de la confusión y la desesperanza, hice el gesto de abofetear al edificio que tenía en frente y... para mi sorpresa... el edificio se astilló y empezó a quebrarse poco a poco sobre sí mismo...
Repetí la operación hasta que aquel majestuoso alarde de nueva tecnología urbanística no era más que un amasijo de hierros y cristales rotos. Polvo.... todo estaba lleno de polvo...
Así que todo el tiempo había sido eso... no era lo que había hecho, era lo que podía hacer.
Les vi y volví a salir corriendo mientras sus ojos parecían querer salirse de sus órbitas al ver mi destrozo, por fin había descubierto eso que ellos querían tener bajo llave.
Corrí sin saber por qué corría, ahora no tenía por qué hacerlo.
Pero por si todo falla escóndete, ya tendrás tiempo de practicar cuando estés sola.






Dejé una estela de escombros a mi paso, mientras huía hacia una libertad imaginaria, donde pudiera comprender del todo quién era.

2 comentarios:

Isi G. dijo...

Me gusta mucho, Nanah!!!^^

Besotes^^

Southmac dijo...

Bien, bien. Transmites la angustia de la pesadilla. Me gusta.