miércoles, 31 de diciembre de 2008

Capítulo nueve. Trabajar con Carlos.

- ¿A qué te refieres con imposible? - creo que se podía notar la ansiedad en mi voz.
- Pues la verdad es que... - empezó a hablar muy bajito, pero al levantar la vista se calló por complento.
Me giré y vi llegar a Lorena y a Carlos charlando.
- Luego hablamos - me dijo en un susurro.
- Yo no volveré hasta el lunes - contesté en el mismo tono de voz.
- Entonces el lunes tendrás tu respuesta, te buscaré por todo el edificio si hace falta -
Después de decirme esto me acarició el hombro como para compensarme por la intriga que me había dejado clavada para todo el fin de semana.
- Hola Marién - Carlos me estrechó entre sus brazos, me soltó y se giró - ¡Lorenzo! ¡Muchachote! ¿Cómo llevas el último encargo? - estrechó la mano de Lorenzo con sus dos manos y se rieron.
- Bien Carlos, les he estado enseñando algunas ideas, aunque están en servilletas aun - dijo, con los ojos fijos en el suelo y la mano detrás de la cabeza.
- No te preocupes hombre, hablaré con Ana y le diré que estás ya trabajando en ello, que te dé todos los materiales que necesites y te aconseje las veinticuatro horas -
- Creo que no puedo quejarme - dijo regalándole a Carlos una pícara sonrisa.
- ¡Ay! ¡Estos chicos! Que se pierden por una cara bonita... - dijo soltando una carcajada al aire.
- Sigo prefiriéndote a ti, Lorena - dijo Lorenzo mientras le daba un beso en la mano.
- Sí... eso decís todos... - suspiró con una enorme sonrisa e hizo una reverencia - si me disculpáis, tengo que irme, me esperan montañas de papeles que no podrían vivir sin mí -
Le despedimos con un abrazo cada uno.
En ese momento escuché una voz femenina llamando a Lorenzo al otro lado del pasillo.
Cuando miré vi a una chica joven, morena, con el pelo recogido desenfadadamente en un moño y sujeto con un lápiz. Era alta y estilizada, pero no pude distinguir claramente sus rasgos en la distancia, aunque me resultaba familiar.
- El deber me llama - Lorenzo se despidió de nosotros y fue rápidamente a su encuentro.
- Es Ana - me dijo Carlos - seguramente empiecen ya con los decorados - me explicó - A propósito de esto, te enviaré un mail esta misma tarde para decirte los puntos clave de la próxima obra, porque ya sabes que debes participar, haremos una especie de juego de rol, te asignaremos algunos personajes y debes involucrarlos en la historia tal y como lo estamos haciendo nosotros con los demás ¿Qué te parece? -
- Que espero que me ayudéis mucho - dije entre broma y súplica.
- No te preocupes, no será tan complicado como crees - dijo mientras me pasaba el brazo por encima de los hombros.
Me sonrojé, pero supe controlar la situación.
Pidió un café solo, en vaso y con hielos a pesar de estar en mitad del invierno, pero es cierto que en aquella sala hacía calor (de hecho para mí cada vez hacía más calor).
- ¿Me disculpas un momento? - el móvil de Carlos estaba sonando.
- Claro...-
Noté como su mano se deslizaba por mis hombros mientras él se alejaba.
Mientras hablaba, su gesto era serio pero no grave, seguramente sería una charla de trabajo o tal vez algo familiar, hice mil conjeturas en un tiempo sin él que se me antojó eterno.
Me apoyé en el respaldo de la silla, que era bastante cómoda y miré durante un rato a los alógenos del techo, como hipnotizada.
Volví a sentir esa sensación, la misma que había tenido durante toda la semana, de estar pensando en todo y a la vez en nada, parecía que aun todas mis dudas y mis temores no habían conseguido encontrar una forma concreta y parecía que no existían. Sin embargo algo había ahí que me hacía desconectar de la realidad.
Toda aquella atmósfera tan efusiva, abrazos para saludarse y despedirse... no me estaba costando acostumbrarme, pero sabía que sí me costaría que todo aquello saliese de mí. Yo estaba más acostumbrada a saludos con la mano a lo lejos o asentimientos de cabeza de soslayo al cruzar por los pasillos del trabajo o por la escalera con los vecinos... no había tanto cariño en mi vida desde que fui muy pequeña.
De cualquier manera era muy agradable.
Estaba inmersa en mis pensamientos cuando Carlos volvió.
- Era Luis, estaba histérico porque había perdido no sé qué documentos de la obra y tenía que hacer unos permisos... qué sé yo... - parecía contrariado - él sabe que no entiendo de estas cosas, debería llamar a Lorena antes que a mí en estos casos - esta vez hablaba sólamente para él mismo.
- Ah... -
- Perdona - rió - a veces me dedico a opinar conmigo mismo, siempre me doy la razón y me quedo mucho más tranquilo -
- Bueno ya... va siendo hora de comer, debería volver a casa -
- ¿Ya te quieres escapar de mí, Marién? -
Me miró a los ojos con esa picardía que sólo él sabía tener, esa que te hacía saber que estabas pensando mal, pero acertando.
- Ja, ja, ja, no es eso, es que tengo que ultimar detalles de mi traslado - le mentí, quería escaparme.
- Ya.. claro.. - dijo mirando el reloj - oooh! ¡Qué tarde es! - hizo un gesto de desmayo dramatizando la situación - No hay quien se lo crea - me guiño un ojo y continuó - pero por ahora te dejaré escapar, aunque pronto estaremos tanto tiempo juntos que vas a conseguir saberte de memoria hasta cuantos pelos tengo en la cabeza -
Sonreí.
Me levanté, nos dimos un cortés abrazo y me dispuse a marcharme.
Oí un grito a mi espalda.
- La habitación de arriba ¿Eh? Siempre fue mi favorita -

2 comentarios:

Miguel Ángel Cabo Galguera dijo...

Adoro la habitación de arriba... y odio los ascensores, qué paradoja, ¿eh?
Tengo curiosidad por ver qué pasa con todo ésto, por qué es imposible negarse a esas fiestas, y qué cojona pasa con los maestros.
Muy bonito todo, a ver cuándo puedes seguir ^^

Sphynx Red dijo...

Ah, creo que tendré que irme al capítulo uno para enterarme. Siempre empezando por el tejado.. Por eso la imagen de los gatos allí, supongo.

En todo caso, nunca es tarde para empezar a recibir cariño.